Leí algunos artículos de un volumen recopilado por Harold Bloom, entre ellos dos muy interesantes de Robert Fitzgerald, que era poeta y traductor (nada menos que de Sófocles y Homero) y que con su mujer (Sally, la posterior editora de las obras póstumas de su amiga) acogió a Flannery cuando era una veinteañera en su casa del campo, hasta que se puso enferma y tuvo que volver a Georgia.
Harold Bloom escribe la introducción, el supererudito e insoportable Harold Bloom; en él dice que Flannery es una escritora que muestra, a pesar de ser católica, una actitud ¡calvinista!
Harold Bloom es ese superculto (no digo que no) que otorga certificados de calidad literaria; hace un canon y casi se olvida de Cervantes; al menos propone que hay un canon, eso le salva, no llega al nivel de posmodernería de otros, incluso le han atacado como reaccionario por defender que hay obras literarias mejores y peores (un gran punto a su favor).
A Bloom hay algo que le atrae de Flannery, pero no entiende lo que ella quiere decir (o peor, no quiere entenderlo).
Con todo y con eso, la influencia de Harol Bloom ha sido un paraguas que ha mantenido la valoración de Flannery, tan políticamente incorrecta, en los círculos académicos de Estados Unidos (mayoritariamente liberales = progres, con honrosas excepciones). Y es un gran punto a su favor que le gusten sus obras.
Y empiezo a tener la desagradable sensación de que estoy empezando a comportarme como si Flannery fuera mía y yo pudiera dar certificados de flanericidad.
[entrada recuperada de hace años]
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